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lunes, 28 de abril de 2014

Una nueva casa para Domenikos

Hace poco más de tres años se inauguraba en Toledo la nueva casa de El Greco. Este año en el que estamos inmersos en la vorágine de las celebraciones del cuarto centenario de la muerte del cretense, quiero recuperar este artículo que se hacía eco de ese acontecimiento.

Pues sepan vuestras mercedes que mi nombre es Doménikos Theotokópoulos, más conocido como el Greco, apelativo que me dieron los habitantes de este país, tan dados a bautizar a las personas con otros nombres, sobre todo cuando, como sucede en mi caso, es tan raro por estas latitudes. Y no estaban faltos de razón los españoles que me dieron ese apelativo, porque yo nací en Grecia. Vi la luz en Candia, la actual Creta, por aquel entonces ocupada por los venecianos. Comencé mi carrera –yo, por si lo desconocen sus señorías, soy pintor- en mi tierra natal, pero pronto consideré que para un joven de cierto talento como yo, perdónenme la falta de modestia, el futuro estaba allende los mares, en tierras italianas. Era allí donde el Renacimiento,  eclosionado dos siglos atrás, gracias al patrocinio de grandes mecenas, había tomado plaza fuerte. En Venecia y Roma completé mi formación, pero como no veía mucho futuro allí y soy de carácter aventurero, me embarqué con rumbo a las costas de España.

Por aquella época Felipe II estaba concluyendo la obra de su Escorial, dedicado al santo que pidió, estoicamente, que le dieran la vuelta en la parrilla porque ya estaba bien tostado por un lado. Había oído noticias en Italia de los trabajos y de lo bien recibidos que eran los artistas provenientes de allí. No lo dudé. Me instalé en Toledo, capital religiosa del reino y una de las ciudades más grandes de Europa en aquellos momentos, donde fui recibido con grandes honores. Mi idea era trasladarme pronto a la corte, y de hecho realicé algunos encargos para el Monasterio del monarca en cuyos dominios no se ponía el sol, pero no gustaron mucho a su majestad. Así es que me quedé en mi querida Toledo, donde fui tratado y reconocido como gran artista, durante la no despreciable cifra de treinta y siete años. Y allí fallecí, después de imprimir de forma indeleble mi arte en la ciudad. Tienen que reconocer vuestras mercedes que hoy Toledo no sería la misma sin mis trabajos.

Pero no siempre mis cuadros fueron reconocidos. Pasaron siglos oscuros en los que fui considerado un pintor menor, caprichoso y extravagante. Incluso ignoraban mi existencia fuera de mi patria de adopción por no haber salido nunca de ella mis pinturas. Pero llegaron a España los viajeros románticos europeos y se volvió a dar el trato debido a mi persona y mi labor (ya he dicho que la modestia no es una de mis principales virtudes). Y en los primeros años del convulso siglo XX, a iniciativa de un marqués que ostentaba por pomposo nombre el de la Vega-Inclán se me dedicó en la ciudad imperial un museo. ¡Ya era hora!

Era el año de 1910. Había un solar libre y bastante amplio en plena judería toledana. Se daba además la circunstancia de que estaba a poca distancia de mi verdadero hogar, que desgraciadamente se perdió en un incendio. Pues en él pensó el insigne noble para erigir mi casa-museo. Un año más tarde se inauguró con todos los honores que requieren estos casos. Se aprovecharon restos de un palacio renacentista del siglo XVI, pero la mayor parte de la construcción se hizo en tiempos modernos. Un bello patio con galería de columnas de piedra de capitel jónico, balconadas de madera y azotea en el piso principal, sirvió de distribuidor a las habitaciones que fueron decoradas con muebles y enseres de mi época. La dejaron tan bien y tan coqueta que no me hubiera importado volver de donde estoy para aposentarme en ella. Allí se reunió gran parte de mi obra, para evitar que se dispersara y
cayera en manos de coleccionistas desaprensivos. Uno de los tres Apostolados que imaginé, la Vista y plano de Toledo  o Las lágrimas de San Pedro, encontraron por fin un digno destino, junto a cuadros de otros colegas como Luis Tristán, Murillo, Valdés Leal, alguno de ellos a los que ni siquiera llegué a conocer.

El museo con el tiempo fue –como todas las cosas en este valle de lágrimas, “tempus fugit!”- deteriorándose. En varios momentos de su historia ya centenaria. Sufrió numerosas reformas que parchearon sus deficiencias. La última y más importante se acometió hace algo más de cinco  años; cinco años durante los cuales, los pobres turistas que salían de ver mi Entierro del Conde de Orgaz, caminaban como desorientados espectros por la judería, hasta que un alma caritativa les decía que no, que no podían entrar, que estaba cerrado.  Pero ahora me han dicho, seguro que vuestras mercedes también son sabedores de la noticia, que hace pocos días han finalizado las obras. ¡Por fin se ha cumplido el ciclo de los trabajos! Otra vez mis cuadros se alegrarán de reencontrarse con esos extraños seres vestidos con estrafalarios ropajes y enseñando sin ningún pudor las pantorrillas, que tratan de burlar los ojos censores de los vigilantes para disparar sus artefactos que dicen que capturan las imágenes. ¡Por fin se liberarán de la carga de tanto viaje, tantos desplazamientos de la ceca a la meca a los que han sido sometidos durante el cierre de su casa! ¡Han viajado casi más que yo, que ya es mucho decir! ¡Por fin la ciudad toledana ha recuperado un lugar que le da merecida fama! Y es que, perdónenme, Toledo soy yo.

Y aunque ahora digan que ya no se llama mi casa, y la hayan rebautizado con el nombre más simple de museo, de lo que no me cabe ninguna duda es de que mi espíritu errará como siempre, nostálgico y melancólico,  entre sus muros.

Fuente fotos: www.wikipedia.org

1 comentario:

  1. Brillante relato y brillante manera de presentarnos al Greco.

    Pero el acompañante del viajero ha llegado al final de su viaje, porque nuestro viajero ha estado o muy ocupado, o demasiado ocioso en los últimos meses y parece que ha dejado de viajar durante este último año, y claro si él no viaja, no viajamos nosotros tampoco.

    Hace unos días, cuando empece a leer Estas Navidades y las Otras, diciembre de 2.011, te puse que iba a leer si prisa todos tus temas publicados. Lo cierto es que los he leído demasiado rápido; y para apreciar tan rica y exquisita escritura debiera haberle dedicado mas tiempo, o sea, haberlo leído de una forma más pausada, si bien es cierto que con anterioridad ya había leído varios de estos temas que ahora he vuelto a releer, sin dejar comentario alguno; como ahora me he abierto un blog, me he dado cuenta de lo conveniente que resulta dejar algún comentario.

    Para terminar te pido que saludes de mi parte a Lorenzo y Angelita, porque hace mucho que no nos vemos; antes cuando arreciaba el calor del tórrido verano, ya sabes como son por aquí los veranos, bajaban al anochecer y se sentaban en un banco del Paseo San Gregorio, como supongo que no ignoras, acompañados por Santiago y esposa, pero desde que la madre de Gracia empezó a sentirse mal, como debes saber, ya no suelen bajar al Paseo, lo que impide que nos veamos con cierta frecuencia. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/


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