Música y naturaleza.
En el marco del Festival de Música Antigua, el Viajero emprende un paseo
musical por la silva del Jardín del Príncipe de Aranjuez. Los sones de la
zanfona, la chirimía, el arpa medieval y la gaita se unen en perfecto acuerdo
con los trinos de los ruiseñores y los mirlos y el piar de los gorriones. La
flora del vergel es la escena perfecta para estas melodías. Armonía en el
jardín.
Llegaste a la entrada principal del Jardín del Príncipe, en
la calle de la Reina, en una tarde de domingo de verano anticipado. Acababa de
empezar el mes de junio, pero el intenso calor ya se había apoderado del
ambiente y hacía que los asistentes que esperaban el comienzo del
paseo-concierto que comenzaría en breve buscaran la sombra. El ramaje cerrado
del inmenso campo, nominado en honor de Carlos IV que lo mandó construir cuando
aún era Príncipe de Asturias, impedía que los hirientes rayos del sol
castigaran en exceso los cuerpos de los numerosos visitantes. Estabas en
Aranjuez, solaz y reposo de la monarquía hispana en otros tiempos, y hogaño
lugar de peregrinación de hordas de turistas bien pertrechados con sus máquinas
de captar instantáneas. Contemplaste las columnas de Juan de Villanueva que
enmarcaban el acceso: capiteles jónicos, remates en las cubiertas de amorcillos
que sostenían un jarrón. No estaban ya allí las efigies de las diosas Pomona y
Minerva, traídas de la colección de la reina Cristina de Suecia, que otrora
ocuparan los intercolumnios de la portada. Enormes plátanos escoltaban la vía
de acceso principal; traídos de las tierras americanas de Louisiana y de territorios
orientales, se adaptaron perfectamente al clima de la península Ibérica creando
una nueva especie: el platanus hispanica,
omnipresente hoy en nuestras zonas
verdes. Entre ellos, algunos tilos buscaban también su lugar.
Acompañado por los numerosos paseantes que formaban tu
grupo, enderezaste por un caminillo que señaló el guía voluntario que iba a
dirigir la excursión aliñada con música. Unos aligustres convertidos en árboles
enmarcaban el Jardín de los Negros, llamado así por los autómatas que para
recreo de la corte estaban instalados en ese lugar. La forma circular de los
jardincillos te recordaron a los de la época de Felipe II que rodean El
Escorial. En ese lugar –o cerca, que la memoria popular a veces miente- te
cuentan que se levantó un teatrillo por orden de Felipe IV para conmemorar el
final del luto por la muerte de su padre. Corría el año de 1622. La propia
reina, Isabel de Borbón, encargó una comedia al que se rumoreaba era por
aquellos tiempos su amante: Juan de Tassis, el conde de Villamediana. El poeta
compuso La gloria de Niquea, espectáculo
alegórico en el que la misma Isabel se haría cargo del papel principal. Durante la representación, que dicen
las crónicas que fue fastuosa, se desencadenó un incendio en el transcurso del
cual el conde, viendo a su reina en peligro y desafiando las llamas, la sacó
salvándola de perecer abrasada. Este hecho incrementó los celos del monarca que
ya andaba sospechosos de los devaneos de su consorte con don Juan. Poco después
Tassis murió asesinado en las calles de Madrid. Las lenguas de doble filo de la
corte afirmaron que con el consentimiento del monarca. ¡Cuánto podrían contar
los árboles que rodeaban el recinto si pudieran hablar!
Al final de la ancha calle que separa el Jardín Español de
la Huerta de la Primavera, lugar de aclimatación plagado de granados en flor,
ciruelos, perales, manzanos y otras especies frutales, te encontraste con la
fuente del Fauno viejo, con sus viejas pezuñas gastadas por la acción del agua.
Muy cerca, la fuente de Neptuno, junto al embarcadero real. La escultura del
dios de los mares, atribuida en ocasiones a Miguel Ángel, formaba parte de la
colección del marqués del Carpio; en realidad se trata de una réplica de uno de
los ríos que ornan la fontana de piazza Navona de Bernini que el conde encargó
al artista. Viste a Neptuno recostado en un caballo sobre las aguas del mar,
representado a una edad avanzada pero con cuerpo atlético y con largas barbas,
tranquilo, añorando el líquido elemento que no manaba de los surtidores secos.
Era el momento de la primera parada musical de la tarde. En
el Salón de Tilos, muy cerca del Tajo, una glorieta cercada por diez añosos
cipreses, y a la fresca sombra de los tilos y los álamos blancos, ocupaste tu
lugar. Los sones de un trotto a los
que siguió los de un saltarello, y
otras alegres danzas medievales, comenzaron a surgir de las zanfonas, gaitas y
flautas del grupo Artefactum, y se
mezclaron con el rumor lejano del agua del río y el rozar del viento en las
copas más altas. El conjunto interpretó un repertorio medieval del siglo XII,
piezas italianas sacadas del manuscrito de Londres, códice que fue adquirido en
el cinquecento por la familia Medici.
Los animados aires cortesanos te transportaron a épocas y ambientes del Medievo
mientras descansabas sentado en un jardín del siglo XVIII. ¿Podía darse mayor
sincretismo?
Los pabellones del
embarcadero, lugares de reposo de la corte tras sus paseos en falúa por el
Tajo, fueron tu siguiente destino. El más grande, el Real, fue construido por
el arquitecto de Fernando VI Bonavía; los otros vieron la luz en la época de
Carlos III. El exterior sencillo ocultaba
un interior suntuoso. El embarcadero está indisolublemente unido a la figura de
Farinelli, el castrato que llegó a la
corte de Felipe V y cuya importancia en palacio fue afianzada por Fernando VI y
su esposa Bárbara de Braganza. Fue el castrado Carlo Broschi el promotor de los
paseos con música por el río; organizó una gran iluminación para la fiesta de
la onomástica de Fernando e incluso diseñó la calle que une este lugar con el
palacio.
El Tajo bañaba majestuoso estos sitios. En la orilla
frontera, aprovechando la cálida tarde del domingo, los pescadores se mezclaban
con diversas especies de ánades. Unos sauces
llorones refrescaban el lugar. La
margen en la que te encontrabas la ocupaban garitas militares y baluartes que
saludaban con cañonazos la llegada del séquito real.
Circulando por un paseo de cipreses y una rosaleda cerca del
invernadero, alcanzaste el cenador tantas veces pintado por Santiago
Rusiñol. Te saludan imponentes
ejemplares de guilandinas, catalfas, pacanos, liquidámbares, algunas de estas
especies difíciles de encontrar fuera de este marco. Y ya divisaste los cuatro
atlantes que sostenían la taza de la fuente de Narciso, el pobre joven que
murió ahogado contemplando su propia belleza. Cerca de allí, en una glorieta
cuyo centro ocupaba un estanque, tendría lugar el segundo concierto. Con el
fondo del canto de los mirlos, el gorjeo de los gorriones y el arrullo de las
palomas, y bajo la lluvia de las semillas de los tilos que caía sin pausa, los
integrantes de Artefactum retomaron
su repertorio medieval de saltarellos y
chansonetas.
Reemprendiendo la marcha, después del paréntesis musical, te
adentraste en una zona del jardín poblada por grandes gigantes arbóreos. Con
pesar contemplaste la certeza de la muerte en el mundo natural: robles
españoles que sucumbían atacados por una maligna especie de escarabajo, un
castaño de indias seco, un plátano casi ahogado por la hiedra, un imponente
ejemplar de fresno a punto de fenecer por estar lejos de las aguas de una
ribera, su ámbito habitual… Miserias particulares que contrastaban con la
impresión de vida y lozanía que inspiraban otros colosos del jardín: un
elegante pacano de más de cuarenta metros de altura, un ciprés descomunal,
castaños de indias y robles enormes, y un inmenso ahuehuete, el orgulloso “viejo del agua”, compañero de
los treinta y dos que habitan en Aranjuez, ejemplar originario de México y que
abría al cielo desafiante sus ramas en forma de candelabro. La vida siempre se
impone.
El trazado geométrico de las calles del vergel, que muchas
veces son prolongaciones de las calles de Aranjuez, te condujo a zonas de
umbría ocupadas por prados de vinca y hiedra en los parterres que sustituía al
césped. La frondosidad del bosque apenas dejaba pasar la luz del atardecer. Ya
en un claro que inunda el aroma de los tilos en flor, divisaste al final de una
larga avenida la fuente de Apolo. El dios de la belleza, la perfección y la
música presidía el
monumento que completó el escultor Isidro González
Delante de este impresionante escenario comenzó el tercer y
último concierto. Los instrumentistas estaban ahora acompañados por un
gesticulante tenor, Alberto Barea que entonó diversos cantos muy optimistas
sobre la primavera. Amén de otras obras,
la sesión se completó con diversas piezas del Carmina Burana, los cánticos de los goliardos de los siglos XII y XIII que son un homenaje al disfrute
de la vida y de los placeres que esta ofrece. Los poemas que exhortaban a vivir
intensamente llenaron tu alma de un grato optimismo.
Finalizada la actuación, y cuando quedaba muy poco para que
la noche se adueñase de la silva del Príncipe, desanduviste la vía que conducía
a la puerta de la calle de la Reina. Impregnaba
tu alma un sentimiento filantrópico desmesurado: no podía ser tan malo
un primate evolucionado que había sido capaz de reunir tantas manifestaciones
de belleza como las que habías presenciado esa tarde de primavera veraniega. La
luna te dio la razón.
Fuente fotografías; http:/wikipedia.org
Era bastante joven cuando fui a Aranjuez y no he vuelto, no tengo muchos recuerdos por tanto creo que no debo dejarlo mucho tiempo ya, he de volver pronto, no a escuchar música, que como dije en alguna ocasión conozco poco, sino, a ver a admirar y a recrearme en la contemplación del Palacio Real, las fuentes, estatuas, jardines y árboles de ese frondoso bosque que tanto ensalzas en este magnifico relato. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/
ResponderEliminarEra bastante joven cuando fui a Aranjuez y no he vuelto, no tengo muchos recuerdos por tanto creo que no debo dejarlo mucho tiempo ya, he de volver pronto, no a escuchar música, que como dije en alguna ocasión conozco poco, sino, a ver a admirar y a recrearme en la contemplación del Palacio Real, las fuentes, estatuas, jardines y árboles de ese frondoso bosque que tanto ensalzas en este magnifico relato. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/
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