A pesar de que hacía muchos años que asistía al Festival,
nunca había presenciado un concierto en
su marco más emblemático: el patio que atravesaban los embajadores llegados de
tierras distantes para ser recibidos en audiencia por los sultanes bajo la
cúpula que guarda la torre de Comares; el patio al que ha nominado
definitivamente el lineal y perfecto seto de arrayán, venciendo otros
diferentes apodos –de la Alberca o de Comares- que se le dieron a lo largo de
la historia. Diversas circunstancias habían hecho imposible que disfrutara de
un concierto en el patio de los Arrayanes de los palacios nazaríes: funciones
en días de trabajo o lo limitado del aforo del recinto que hacía que se
agotaran rápidamente las localidades. Un año había conseguido entradas para
este lugar, pero la mala suerte hizo que una fuerte tormenta estival descargara
sobre la ciudad granadina, y el concierto se trasladase a un recinto cerrado-
¡gran desilusión!-. Pero ese tres de julio, cuando se celebraba la sexagésimo
primera edición del festival surgido a raíz de los conciertos sinfónicos
decimonónicos organizados con motivo de las festividades del Corpus en el
palacio de Carlos V, no cubría el cielo ningún nubarrón que amenazase con
descargar sobre las viejas piedras de la Alhambra; y el Viajero tenía su
entrada que había guardado como un tesoro. Esa noche sí podría acariciar los
mirtos mientras oía los acordes de la viola y el piano.
Ya en la cola, frente a la puerta de entrada situada al lado
de la zona por la que los turistas accedían a los palacios nazaríes, saboreaba
los momentos previos del espectáculo. Había llegado con mucho tiempo de
antelación y pensaba ingenuamente que podría pasear por los patios, ahora en
penumbra, del monumento y disfrutar de una calma que no existía cuando estaba
lleno de hordas de visitantes ávidos de disparar el arma imprescindible de los
viajeros modernos: la cámara fotográfica. Pero cuando traspasó el umbral del
acceso que se abrió ante él, situado a la derecha del muro del palacio del
emperador, sus ojos se toparon súbitamente con los arcos del patio en el que el
concierto iba a tener lugar. No sería posible ese paseo nocturno por el Mexuar
y los rincones que imaginaron Yusuf I y Mohammed V como imitación de su futuro paraíso; habría
que recurrir en otra ocasión a las visitas organizadas por el patronato de la
Alhambra por las noches.
Olvidó el Viajero pronto su desilusión cuando vio el reflejo
de la luna llena y los arcos sobre el estanque calmo. La escasa iluminación
ayudaba a crear una sensación de intimismo en la que procuraba abstraerse, a
pesar de los crecientes murmullos del público que iba ocupando sus localidades.
No quiso sentarse todavía y paseó con calma a lo largo de la longitudinal
alberca, deambuló delante de los aposentos laterales que rompen la blancura de
los muros, quiso tocar el agua de las pilas de mármol de los extremos de la
gran piscina, se extasió bajo las cúpulas y los vasares de mocárabes de la
galería sobre la que se alza la torre de Comares, e imaginó un color nuevo para
añadirlo a los paneles de azulejos que ornan sus paredes. Creyó encontrarse
dentro de una de las pinturas de Sorolla que esa misma mañana había contemplado
muy cerca de allí, en las galerías del Carlos V, y en las que el maestro
valenciano lograba captar con sus pinceles la magia de ese jardín, entre otros Jardines de luz que reflejó en sus
lienzos.
Cuando comenzaron a oírse los primeros compases de las Imágenes de cuentos de Robert Schumann,
el Viajero disfrutaba de las melodías que sacaba de la viola Tabea Zimmermann,
acompañada al piano por SIlke Avenhaus, tocando el mirto, frontera del agua,
junto al que estaba sentado. Los
chillidos gárrulos de los vencejos que bajaban a beber y el chapoteo de alguna
ranilla que saltaba desde su escondrijo
al estanque acompañaron los movimientos de la Sonata op. 11 de Hindemith
y las siete canciones de juventud de Alban Berg. De esta última obra hizo
Zimmermann una versión en la que la habitual parte vocal de la mezzo fue
interpretada por la viola; fue el escuchar estas canciones en la voz de la
sueca Anne Sofie von Otter, lo que suscitó el deseo en la solista de hacer esta
adaptación. La segunda parte, tras el
intermedio en que el Viajero pudo otra vez moverse a sus anchas por el patio, e
incluso asomarse al Albaicín en el mirador que se abre delante de la explanada
del palacio carolino, la conformaron las obras de György Kurtág y César Frank.
De la selección que de los Signos, juegos
y mensajes del primero hizo la violista, destacó Una flor para Tabea, dedicada a la propia intérprete por el
compositor húngaro. De Frank sonó otra adaptación preparada para el instrumento
protagonista de la velada: los presentes pudieron oír su célebre Sonata en La mayor no como suena
habitualmente en las cuerdas del violín, sino transformada a la sonoridad de la
viola. La ejecución de estas piezas fue ágil y dinámica. La intérprete alemana
arrancó de su instrumento, que parecía en muchas ocasiones una prolongación de
su cuerpo, una gama de sonidos que surgieron del arco central de la torre de
Comares, donde estaba situado el escenario, para ascender al cielo de Granada y
hacer todavía más bella aquella noche de verano.
Esa fue la última velada del festival a la que el Viajero
asistió ese año. Satisfecho de haber cumplido uno de sus deseos más acendrados,
se dispuso a abandonar la ciudad con una pena semejante a la que sintiera
Boabdil. Pero se consoló porque a diferencia de su desafortunado último rey, él
podría regresar en breve tiempo a Granada. Por eso no derramó ninguna lágrima
cuando desde la ventana del tren vio alejarse las piedras del monasterio de San
Jerónimo y la torre de la catedral que destacaban en el abigarrado caserío.
Alzó los ojos hasta las cumbres de la Sierra Nevada, y se despidió con un
esperanzador hasta luego.
Fuente foto: www.wikipedia.org
Me alegro que al fín cumplieras ese deseo y que lo disfrutaras. Me ha gustado volver a leerte. Un beso. Espe
ResponderEliminarGracias, Espe, otro beso para ti. ¡A ver si un año vamos juntos!
Eliminar¡Qué bonito escribes las andaduras de nuestro querido Viajero, Lorenzo! Es un verdadero placer leerte.
ResponderEliminarP.D. Apúntame a mí también (¡Y yo pá quedarme, jeje!)
Bss
El año que viene, te vienes conmigo (valga la redundancia, jeje) Un beso Carmen. ¡Para mí sí que es un placer que me leas!
EliminarAgradable leer sobre una noche de verano ahora que las temperaturas nocturnas son tan gélidas, es, como un sueño.
ResponderEliminarGracias Loren, un placer como siempre. B7s.
¿Verdad que sí, Moli? ¡Qué lejos queda ya el verano! Pero volverá y volveremos a Granada. Besos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFantástica experiencia musical en un mágico lugar.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Gracias Emilio. Me alegra saber de ti. Un abrazo.
EliminarAgradecido de que nos regales otro maravillo relato, enmarcado en un lugar de ensueño, y asombrado por tus conocimientos musicales, a mi me gusta toda la música, pero no tengo ni idea. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/
ResponderEliminarAgradecido de que nos regales otro maravillo relato, enmarcado en un lugar de ensueño, y asombrado por tus conocimientos musicales, a mi me gusta toda la música, pero no tengo ni idea. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/
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