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lunes, 18 de junio de 2012

La alegría de volver a Jerez

Ese espíritu inquieto que es el Viajero, en esta ocasión revisita Jerez de la Frontera. En el tren, saborea por anticipado los días que pasará en la ciudad.
Siempre era una alegría para él regresar a Jerez. En ese fin de semana de noviembre se había buscado la excusa de asistir a la representación de una ópera en su teatro principal,  el Villamarta.  Se trataba de una Traviata que no le ofrecía muchas expectativas; pero era un pretexto muy bueno para volver a la ciudad del vino, el flamenco y los caballos.
El tren cruzaba el valle de los Pedroches cordobés. Un hermoso atardecer reflejaba  sus tonos dorados y rojizos sobre las páginas del libro que el Viajero se esforzaba en leer. No se concentraba. Pronto llegarían a Córdoba, luego Sevilla y, finalmente, Jerez. Pronto podría pasear por la calle Larga, desde la rotonda de los Casinos, hasta encontrarse con el Gallo Azul, donde tomaría unas siempre excelentes tapas. Si hacía buen tiempo, cosa que no era infrecuente en Jerez en otoño, se sentaría en la calle, en uno de esos toneles enormes que hacen la función de mesas a las puertas del establecimiento.  Subiría después por la calle Lancería hasta la alegre plaza del Arenal, y desde allí llegaría a una de los rincones que más le gustaban de Jerez, la plaza de la Asunción, donde se sorprendería otra vez, y se quedaría extasiado, ante la visión del edificio renacentista del Antiguo Cabildo, frontero a la iglesia de San Dionisio; ¿habrían terminado ya su restauración?
Pasearía por la alameda Cristina, debajo de sus altas palmeras, y, después de asomarse a Santo Domingo y bordear el palacio Domecq, se acercaría por la calle Porvera, siempre en sombra por las acacias enormes que forman un arco natural que la cubre, hasta la zona de las bodegas en las que se han instalado los museos del vino –El misterio de Jerez-, el  de relojes –El palacio del tiempo- y el de Enganches. Si los encontraba abiertos, se daría una vuelta por alguno de ellos.
De regreso de este paréntesis museístico, el caminante bordearía las antiguas murallas árabes de la villa, y llegaría por la calle Ancha a uno de los barrios más castizos de Jerez: el de Santiago. Lo recibiría su espectacular iglesia, del gótico tardío, seguro que todavía en obras de restauración. Callejearía por las sinuosas calles de este barrio popular que, en su primera visita a la ciudad, le dio un poco de miedo, por sus callejones solitarios y porque muchas de sus casas están medio derruidas. ¡Qué tarde nos hemos dado cuenta de que teníamos que cuidar los barrios viejos de nuestros pueblos y ciudades, cegados por  el torbellino de la marea urbanística que ha arruinado rincones tan hermosos! Pasaría por la puerta del Centro Andaluz de Flamenco y se acercaría a la plaza del mercado, para comprobar si, por fin, había sido abierto al público el Museo Arqueológico que hacía mucho que quería conocer. En su deambular por el barrio se toparía con las iglesias de San Juan de los Caballeros y San Lucas. Y detrás de la plaza del Museo,  la de San Mateo. Vería en la plaza del Mercado las ruinas del palacio Riquelme, y reflexionaría entonces sobre el paso del tiempo, lo caduco de las vidas y las obras humanas y la inutilidad de atesorar pingües  bienes materiales.
Por la noche se acercaría a tomar unas copas a alguno de los bares de la calle Francos, muchos de ellos casas nobles rehabilitadas, o a la calle Letrados. Y si se encontraba con fuerzas, volvería al barrio de Santiago para pasar un rato en el Bereber, un fastuoso palacio rehabilitado que el Viajero siempre recomienda a todo visitante que quiera disfrutar de un rato de asueto en un local fuera de lo común.
El domingo por la mañana pasearía por el mercadillo de antigüedades de la Alameda Vieja; escucharía, si el tiempo lo permitía, un concierto al aire libre de la Banda Municipal de Jerez en el patio del Alcázar o en el templete de la plaza del Banco. Y deambularía por la catedral, esa joya renacentista que lleva la advocación de San Salvador, con su curiosa torre exenta. ¿Visitaría esta vez las bodegas de Tío Pepe, que estaban tan cerca del templo?
Una voz que, por la megafonía del vagón, anunciaba que faltaban pocos minutos para que el convoy llegara a la  ciudad de Jerez, despertó al Viajero de sus ensoñaciones. Se dispuso a prepararse para abandonar el tren. Cuando cruzaba el espectacular vestíbulo de la estación, revestido de azulejos, sonreía feliz pensando que pronto saludaría al enorme monumento del Minotauro, que ocupa una rontonda muy cercana. Aunque ahora lo vería desnudo -¡pobre, hacía un poco de fresco esa tarde!- porque el Jerez, esa temporada ya no estaba en primera, y no lo habrían vestido con los colores del equipo de fútbol.
Fotos del autor.

8 comentarios:

  1. Gracias por este relato tan bien escrito y finalizado.
    Me he sentido como en el sueño del viajero, paseando por las calles de Jerez de la Frontera, a pesar de no haber estado nunca.

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  2. Me alegra mucho el haberte trasladado por unos instantes a estas tierras andaluzas que tanto quiero. Gracias por el comentario. Tengo en mucha estima tu opinión. Un abrazo

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  3. Realmente eres único describiendo los lugares por los que pasas, nos parece ir contigo. Un placer. Besos.

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  4. Para mí sí que es un placer que me acompañéis. Un beso, Moli.

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  5. Bonita descripción de mi ciudad natal. Me alegro de que te guste.
    Un saludo de un jerezano en Madrid.

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  6. Hola Miguel. Lo cierto es que me gusta mucho Jerez, y lo visito de vez en cuando. Ahora un poco menos, porque antes iba mucho a las óperas del Villamarta, pero este año no hay temporada, ¡qué pena! Espero verte pronto por aquí. Un saludo de un manchego casi andaluz.

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  7. He estado dos veces en Jerez, pero no se si realmente es el de tus ensoñaciones. Por cierto Jerez de la Frontera o Jerez a secas. Mejor sera un Jerez seco. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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