En la recta final de la temporada, el Centro Dramático Nacional nos propone dos visiones completamente distintas del espectáculo teatral: dos obras clásicas pero muy modernas y actuales. Una decepción y una grata sorpresa para el Viajero. El gran teatro del mundo.
Las malas personas son malas hasta las últimas consecuencias. Su falta de escrúpulos les hace permanecer impasibles ante la comisión de atroces acciones que buscan únicamente su provecho. Nunca van a conmoverse ni a perder tiempo ocupándose en lo que puedan sufrir los demás. Los buenos, aun a costa de su propio perjuicio, buscarán siempre la felicidad ajena, siendo una bendición para los que los rodean. Esto es difícil de apreciar en el mundo real, donde no hay nadie que consuma las veinticuatro horas del día siendo un individuo abyecto –el más terrible asesino en serie puede ser un padre, marido, hijo o vecino encantador y muy querido por los suyos-; ni nadie tan bondadoso que no cometa en ocasiones un acto inicuo. Sin embargo es más fácil encontrar personajes de esta calaña en la literatura universal, donde hay seres diabólicos en los que no puede hallarse un ápice de bondad y otros angelicales que sufren las embestidas de los primeros. Es muy frecuente que muchos autores unten sus argumentos de un exacerbado maniqueísmo.
Las malas personas son malas hasta las últimas consecuencias. Su falta de escrúpulos les hace permanecer impasibles ante la comisión de atroces acciones que buscan únicamente su provecho. Nunca van a conmoverse ni a perder tiempo ocupándose en lo que puedan sufrir los demás. Los buenos, aun a costa de su propio perjuicio, buscarán siempre la felicidad ajena, siendo una bendición para los que los rodean. Esto es difícil de apreciar en el mundo real, donde no hay nadie que consuma las veinticuatro horas del día siendo un individuo abyecto –el más terrible asesino en serie puede ser un padre, marido, hijo o vecino encantador y muy querido por los suyos-; ni nadie tan bondadoso que no cometa en ocasiones un acto inicuo. Sin embargo es más fácil encontrar personajes de esta calaña en la literatura universal, donde hay seres diabólicos en los que no puede hallarse un ápice de bondad y otros angelicales que sufren las embestidas de los primeros. Es muy frecuente que muchos autores unten sus argumentos de un exacerbado maniqueísmo.
Algo de maniquea tiene la obra The littles foxes de la estadounidense Lillian Hellman, que se está representado estos días en el teatro María Guerrero de Madrid. Fue traducida a nuestra lengua como La loba, en lugar del original Las pequeñas zorras, con el que la autora quiso hacer referencia a los versos del Cantar de los Cantares que dicen: “cazadnos las zorras, las pequeñas zorras que devastan las viñas, pues nuestras viñas están en flor”. La protagonista de la función quizás sea una de las últimas leyendas aún en activo de nuestras tablas: Nuria Espert. Y es ella la que encarna a la protagonista: Regina Hubbard, una dama ambiciosa, que vive a finales de siglo XIX en un estado norteamericano del sur después de la Guerra Civil de Secesión. Criada en el seno de una familia de comerciantes enriquecida que quiere quitar el puesto a la rancia aristocracia sureña, aherrojada por un mundo del que quiere huir, planea junto con sus hermanos un gran negocio basado en la explotación continua y salvaje de los negros que constituyen una mano de obra muy barata. Para conseguirlo -puesto que es mala, muy mala- no duda en pisotear a todos los seres que la rodean, sin excluir a su marido y a su hija –los buenos de la historia-. El mundo se ha portado mal con ella, no ha sido justo, y ella no tiene por qué tener piedad cuando ha llegado el momento de la revancha. La Espert –actriz con la que mantengo una relación de amor-odio desde que la vi por primera vez en el papel de Rosita, la soltera de Lorca en este mismo teatro allá por los años ochenta- no me convenció. Guardaba un buenísimo sabor de boca de su anterior montaje: La violación de Lucrecia, cuyo tormento viví en el teatrillo de Almagro durante el último festival, pero esa noche en Madrid no logró conmoverme. Compuso una Regina bastante falsa, muy amanerada y nada creíble. Aunque era la primera vez que veía esta obra en escena, no puede evitar compararla con la creación del personaje que hizo Bette Davis en la versión cinematográfica que dirigió William Wyler en 1941. La mirada malvada que salía de sus enormes ojos recogía en aquella película toda la perversidad de esa mujer que quiere alcanzar sus objetivos.
Pero el resto de actores –quizás excluiría a Víctor Valverde que encarnaba a James Hiddens, el marido honrado y sufridor de Regina- tampoco logró salvar la función. Encontré su actuación falta de sentimiento, poco natural. En ningún momento se produjo esa mágica sensación ante el escenario de creer que a lo que el espectador asiste es algo real, que los personajes son seres de carne y hueso, y que la historia podría suceder a alguien cercano o incluso a ti mismo. No conecté y no entré en ningún momento en la piel de esos seres que se movían por una escenografía muy convencional, y que parecían querer dejar muy claro que todo lo que decían y hacían era mentira. Gerardo Vera, que venía de triunfar con su Agosto en el coliseo de la plaza de Lavapiés, no encontró en La loba la clave para que sus actores transmitieran emociones veraces. Héctor Colomé y Ricardo Joven, los hermanos de Regina, correctos pero fríos; Carmen Conesa, quizás algo mayor para el papel de la jovencísima Alexandra, la hija de la protagonista; o la sobreactuada Jeannine Mestre, su cuñada, no consiguieron emocionar a una sala que aplaudió correcta y educadamente al final de la representación, pero sólo el tiempo justo hasta que se encendieron las luces. Una loba bastante insulsa.
Sensaciones muy distintas se vivieron al día siguiente en el Valle-Inclán. Cuando terminó la función de El inspector, una pieza del ruso Nikolái Gogol, el público que había estado pasándolo muy bien durante dos horas, explotó en una fuerte ovación con la que quiso reconocer al nutrido grupo de actores que habían participado en el espectáculo. Miguel del Arco, artífice de la versión y director de esta fiesta, logró actualizar y hacer muy cercano al espectador un argumento escrito en 1836. Desde luego el tema no ha pasado de moda y seguro que ahora, con la cacareada crisis, es cuando tiene más actualidad. La llegada por sorpresa de un inspector del estado a una pequeña población en la que la corrupción, los favoritismos, los fraudes… han sido tan frecuentes como el respirar, provoca tal situación de nerviosismo entre las fuerzas vivas del municipio que acaban agasajando y sobornando a la persona equivocada. Cual Leandro en Los intereses creados, quien se hace pasar por el noble que no es, el pícaro Iván es tomado por el representante de la ley que deberá juzgar y analizar la situación de caos en que sus autoridades han sumergido a la ciudad. Corrupción política, corrupción humana, corrupción social, ¿hay algún tema más actual que este? ¿Se habla de otra cosa últimamente en los telediarios?
A pesar de ser un reparto muy numeroso, es una obra coral, los actores doblan y triplican sus personajes; se travisten y tan pronto encarnan personajes femeninos como masculinos. Los movimientos escénicos son rápidos y nerviosos. La hilaridad no solo se consigue con la palabra, también con los gestos y la expresión corporal. La escena es sencilla; en ella nos trasladamos con muy pocos elementos de la casa del alcalde a las calles del pueblo, de una pensión de mala muerte a los despachos administrativos del ayuntamiento. Y la protagonista indiscutible de todo el espectáculo es la risa, una risa que actúa a modo de catarsis entre los asistentes a la disparatada función. La única forma de no caer en la más negra de las depresiones en estos tempus horribilis que vivimos es tomarse las cosas con mucho humor. Esto es lo que nos propone Del Arco y todo su equipo. Ante la impotencia de no poder hacer nada contra la corrupción, la única arma de que disponemos los ciudadanos de a pie es la crítica burlesca, la ridiculización de los corruptos. A modo de comedia de Berlanga, y con raíces en el esperpento del autor que da nombre a este teatro, se van sucediendo escenas grotescas que se acompañan de la música en directo que ejecuta una pequeña banda compuesta de un violín, una tuba y un saxo. Hay momentos en que los actores se convierten en cantantes y entonan melodías pegadizas con estribillos que el público repite. ¡Gran espectáculo!
En suma, como bien dice su director en el programa de mano, la única forma de abordar los temas serios es convertirlos en una comedia delirante. Completamente de acuerdo. Lo pasé francamente bien riéndome de la crisis y de los que la han provocado. Que no nos quite nadie el consuelo de la risa.
Fuente fotos carteles: http://www.cdn.mcu.es/
Fuente fotos carteles: http://www.cdn.mcu.es/
Hola Lorenzo.
ResponderEliminarEl teatro nos ayuda a distraernos durante unos instantes de la realidad de la vida. Gracias por el nuevo relato.
Un abrazo.
Hola Loren. Ya sé que obra de teatro no tengo que ir a ver. Gracias por tu crítica. Me ha gustado leerte de nuevo. Un beso.
EliminarDesde luego, Emilio, el teatro nos hace vivir muchas vidas diferentes... Gracias a ti.
EliminarEspe, me alegro de que este escrito te sirva de guía. Besos y gracias por tu lectura.
No he visto "La loba", pero sí "El inspector". Como bien dices, de plena actualidad, lamentablemente, pese a haber sido escrita en 1836. Los trajes de Camps... banqueros avariciosos... jueces corruptos... Parece que hay cosas que no se pueden erradicar.
ResponderEliminarMe gustó mucho el actor que hacia de criada/banquero con parkinson/vieja comerciante... etc.
Por cierto, el comentario de arriba es de Serendipity.
ResponderEliminarHola Seren. Parece que Gogol hubiese escrito El inspector ayer mismo, ¿verdad? Y es que los seres humanos no tenemos remedio... Todos los actores estuvieron perfectos. Un beso y gracias por pasarte por aquí.
EliminarLorenzo, confieso que he leído dos veces todo tu relato porque eso del teatro es muy duro para mí.Ya te dije una vez que eres un crítico teatral estupendo. Leyéndote primero podría ir luego a ver estas representaciones y las entendería porque, repito, soy muy tonta para eso.
ResponderEliminarLo que sí me gustaría es un día acompañarte al teatro y que me explicaras todos los mensajes que transmite la obra, cómo actúan los actores, las cosas buenas del montaje y también las malas .... sería un lujo poder tenerte a mi lado en una representación. En esto serías mi maestro. Saludos cariñosos.
Cuando quieras, Elvireta, vamos a ver una obra y después la comentamos. Seguro que le sacas unas interpretaciones muy interesantes. Lo que hay que hacer al ver un espectáculo es dejarse llevar y disfrutar del mismo. Un fuerte abrazo.
Eliminar¡Hola, mi niño!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Elvireta. Eres un magnífico crítico teatral y yo también quiero acompañarte (o más bien, que me lleves) a ver una obra de teatro. Me gustaría mucho.
Un abrazo.
Pues te digo lo que a Elvireta, ¡eso está hecho! En cuanto tengamos ocasión, vamos al teatro. Un beso, Carmen y gracias por pasarte por aquí.
ResponderEliminarNo puedo decir decir otra cosa que no te hayan dicho ya. Excelente critica, yo no apreciaría ni la cuarta parte de las cosa que has contado en este relato. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/
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