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miércoles, 7 de marzo de 2012

"Follies" o la vida es un musical


Un musical ha tomado por dos meses el teatro Español de la madrileña plaza de Santa Ana. Follies, en su estreno en nuestro país dirigido por Mario Gas, nos lleva a atravesar una vez más la difusa frontera entre el mundo real y la ficción. ¿Es acaso otra cosa el teatro?

Santa Ana es una de las plazas más populares de Madrid. Cercana a la abigarrada Puerta del Sol, y situada a medio camino entre la bellísima plaza de Canalejas y la ruidosa de Benavente, se ha convertido hoy día en el centro neurálgico del turismo, sobre todo internacional, que visita la capital de España. Es la puerta de acceso al rebautizado no hace mucho como “Barrio de las Letras”, antes la zona de Huertas. En la década de los ochenta, durante los años de la universidad, era mi zona preferida para salir los sábados por la noche. No estaba tan limpia de coches, pero sí menos atiborrada de “guiris”. Un abigarrado mercado de artesanía ocupaba su parte central; recuerdo la tristeza que sentí cuando me enteré de la noticia de la prohibición del mismo a principios de los noventa. Muchas noches animadas pasé allí bajo la adusta mirada de Calderón de la Barca, inmortalizado en piedra en 1878 por el escultor gerundense Juan Figueras y Vila. Y vi colocar en ella en 1986 la estatua de Lorca, en actitud eterna de soltar una paloma, tal como lo imaginó Julio López Hernández. Ambos insignes escritores están circundados por numerosos restaurantes, cafeterías y bares de tapas, que inundan con sus terrazas el cuadrilátero, y que apenas dejan espacio para los paseantes. Entre ellos, el famoso Villa Rosa, con su característica decoración de azulejos en sus fachadas, utilizado como escenario por Almodóvar en su película Kika; la centenaria cafetería La Suiza, o la Cervecería Alemana, visitada en otros tiempos por el mismísmo Hemingway -¿dónde no estuvo este hombre?-. Orna el lado oeste de la plaza el Gran Hotel Reina Victoria, más bello antes que ahora, sin los neones que le ha colocado la cadena que lo adquirió hace un tiempo; el “hotel de los toreros”, donde gustaban alojarse cuando venían a los festejos de las Ventas.

Y mirando cara a cara a Calderón y Federico, orgulloso de haber llevado sus obras decenas de veces a sus tablas, se levanta en el lado opuesto el teatro Español. Puede presumir la sala de ser la única de Madrid que se alza en el mismo lugar que ocupara un antiguo corral de comedias del siglo XVI: Felipe II autorizó a la Cofradía de la Sagrada Pasión a erigir un espacio escénico en 1565, que con el paso del tiempo se conoció con los nombres de Corral del Príncipe y Corral de la Pacheca. Derribado en el siglo XVIII, se edificó en el solar un teatro “a la italiana”, que se incendió completamente a inicios del XIX, reedificándose de nuevo con planos de Villanueva. Poco tenemos hoy en día de la obra del arquitecto del Prado: numerosas reformas y fuegos, el último en 1975, lo convirtieron en lo que hoy conocemos, pasando definitivamente a propiedad del ayuntamiento de Madrid.

Entré, mezclado con el gentío que hacía creíble el cartel de que no había billetes para la representación de ese día, en el patio de butacas de la hermosa sala principal. Desde mi localidad alcé la vista hacia los cuatro pisos de palcos, rematados por el alto anfiteatro; me acordé de muchos lejanos días del espectador en los que me sentaba en las últimas filas del gallinero. Tiempos felices. Y aguardé el comienzo de la función.

Esa tarde iba a presenciar un musical, un tipo de espectáculo no muy habitual en la plaza de Santa Ana antes de que el actual director, Mario Gas, cogiera las riendas del teatro. Se trataba de Follies, obra del americano Stephen Sondheim, con libreto de James Goldman. Después de disfrutar en el mismo escenario con la producción de Sweeny Todd, la historia del barbero diabólico de la calle Fleet, también creación de Sondheim, llevada al cine por Tim Burton, y adaptada por Gas, creía que no me defraudaría esta nueva aventura. Era un montaje muy ambicioso y con un elenco de artistas nada desdeñable.

Se apagaron las luces y comenzaron a desfilar por el escenario los fantasmas de las coristas que actuaban treinta años atrás –el tiempo presente de la acción es 1971- en un teatro de revista que está a punto de ser demolido para construir un aparcamiento. Una historia muy frecuente en nuestros tiempos. Allí, Dimitri Weissmann, su dueño –el propio Mario Gas interpreta a este personaje- ha citado a todos los artistas que habían actuado en él a lo largo de tres décadas en las que se habían montado cientos de “follies”, espectáculos de variedades muy populares en Nueva York hasta la segunda guerra mundial. Van llegando los invitados y, embargados por los recuerdos, en un nostálgico flash-back, comienzan a rememoran lo que fueron sus años de juventud. Y entonces, entre vidas conformistas y acomodadas o sensaciones de haber dejado algún fleco pendiente, se dejan seducir por la tentación de querer enmendar los errores cometidos en el pasado.

Las protagonistas de estos recuerdos son las chicas Weissmann, bellezas hoy ajadas, que derrocharon glamour en tantas y tantas noches gloriosas. Unas han optado por no despertar del sueño y seguir viviendo como si esos tiempos no hubieran pasado; otras han envejecido dignamente y se conforman con mantener viva la memoria; algunas tienen aún la ilusión de ser felices... La historia personal de cada una está perfectamente perfilada por el texto de Goldman, muy bien traducido por Roser Batalla y Roger Peña. Y todo trufado con bellísimos números musicales –Aquel tren que pasó, La chica perfecta, Loveland...- al más puro estilo Broadway, donde estos días también se representa la función. La orquesta Manuel Gas, dirigida por Pladellorens, acompañaba las voces de unos actores que, sin haber cantado muchos de ellos nunca en escena, afrontaban sus números con gran soltura; se notaba el arduo trabajo de producción y los muchos ensayos que llevaban encima. Los arropaba un bien coordinado cuerpo de bailarines.

Todos magníficos, todos perfectamente en su papel, pero destacaría la actuación de la incombustible Massiel, felizmente recuperada para las tablas, que borda el papel de Carlota Campion, una vampiresa que presume de utilizar a los hombres como si fueran pañuelos desechables y que quiere aprovechar intensamente la existencia. Un rol hecho exactamente a la medida de la actriz-cantante; se diría que Sondheim y Goldman lo hubiesen creado expresamente para ella. Cuando terminó de cantar su número, Aquí estoy, toda una declaración de amor por la vida, del público surgió de forma espontánea una gran ovación. La misma que acompañó el solo de la entrañable Asunción Balaguer, que con más de ochenta años, cantó y bailó y ejecutó su papel de Hattie Walter con gran profesionalidad y simpatía. ¡Qué vitalidad la de esta señora!

Pero sería injusto no hacer una mención en esta crónica del cuarteto protagonista de la trama. Su historia frustrada de amor y desamor, que comenzó tres décadas atrás, es el hilo conductor de la obra. Y además son los encargados de cerrarla con una gran apoteosis final, que sorprende al espectador cuando cree que la función va a concluir. En ella, en varios números musicales antológicos que resumen lo mejor de las revistas de variedades –escalera luminosa incluida- desgranan sus deseos, esperanzas e ilusiones que no se van a cumplir, ni siquiera treinta años después, por ese terrible conformismo en el que más o menos caemos la mayor parte de los mortales. Carlos Hipólito, gran revelación del espectáculo por su bello timbre de voz, en el papel de Benjamin Stone, un hombre que nunca podrá ser feliz porque nunca ha encontrado el amor; su mujer, Phyllis, encarnada por la versátil Vicky Peña, que ya hace mucho que ha desistido de tratar de que su marido la quiera; la idealista Sally Durand, toda la vida enamorada del hombre que se casó con su mejor amiga, revivida por Muntsa Rius, gran voz; y el Buddy Plummer de Pep Molina, unido a Sally, pero de la que nunca obtendrá su corazón. Todo un auténtico póquer de ases. Su tragedia personal es presentada al espectador con la técnica del salto atrás temporal: cuatro actores jóvenes desgranan las ilusiones de las dos parejas en el pasado; hasta que llega el momento en que las historias de los dos grupos se entremezclan y cada uno de ellos se enfrenta y dialoga con el que fue treinta años atrás.

That´s entertaiment!, espectáculo puro. Tres horas de diversión que nos hacen olvidar, oyendo las pegadizas canciones, y viendo moverse con destreza al cuerpo de ballet, unos problemas que traspasamos a esos seres de ficción que se mueven detrás de la cuarta pared del escenario. Y es que, en definitiva, la vida es, o mejor dicho, debería ser, un musical. ¿O no suenan mejor las cosas cuando se dicen cantando?

Fuente foto cartel: www teatroespanol.es

9 comentarios:

  1. Lorenzo.

    Me ha gustado mucho tu nuevo artículo. No conozco esa zona madrileña y me han entrado muchas ganas de dar una vuelta por tus barrios de juventud.

    P.D. Se está muy a gusto en tu blog, lejos de los indeseables vientos del invierno.

    Un abrazo.

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    1. Me alegro de que te gusten estos escritos. Y también me alegra el haberte descubierto esta zona de Madrid, no dejes de visitarla cuando vengas al centro. Un abrazo, Emilio.

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  2. Seguro que "la Massiela" está genial; cuando leí que iba a cantar ella en este musical me alegré, últimamente estaba un poco de capa caída y el público le ha demostrado su cariño con esa ovación.
    Los musicales me gustan mucho y he visto bastantes; éste, aún no. Tal vez me decida tras leer tu blog. Saludos. Seren (Ana)

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    1. Pues te animo a que vayas. Creo que va a estar hasta primeros de abril. Yo disfruté mucho con el espectáculo. Y, como digo en el escrito, Massiel, fenomenal.`¡Parece que el papel está hecho expresamente para ella! Un beso, Ana, y espero seguir viéndote por aqui.

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  3. Bueno, pues hoy me he enterado de que la función va a reponerse en junio y julio, visto el éxito. Ahora ya sí que no tenéis excusa para no verla.

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  4. Lorenzo, ¿sabes si vendrá a Barcelona?.Deseando estoy de ir a ver este espectáculo porque leyéndote entran unas ganas locas de ir a verlo.Ya te dije un día, leyéndote en la descripción de otra obra de teatro que deberían contratarte para hacer las críticas porque lo haces fenomenal.
    Desde Barcelona un abrazo muy fuerte.

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    1. Pues no tengo ni idea, Elvireta. Lo que sí sé es que estará otra vez en Madrid en verano. ¡Animaos a hacer entonces otra excursión a la capi! Otro abrazo para ti.

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  5. He estado una sola vez en la plaza de Santa Ana, hace dos o tres años y creí que la conocía, pero ahora veo que apenas la conozco. En cuanto a los musicales me encantan y en su momento oí hablar de Follies, pero pasé de largo. Después de leerte estoy deseando verlo, si es que se repone o sigue en cartel. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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  6. He estado una sola vez en la plaza de Santa Ana, hace dos o tres años y creí que la conocía, pero ahora veo que apenas la conozco. En cuanto a los musicales me encantan y en su momento oí hablar de Follies, pero pasé de largo. Después de leerte estoy deseando verlo, si es que se repone o sigue en cartel. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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