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viernes, 2 de marzo de 2012

Azul, azul intenso, blanco y gris


El Viajero se adentra en el valle de sus sueños y sus recuerdos, el valle de Alcudia, en los límites de la Mancha y Andalucía, y contempla sus inmensidades y sus bellos cielos.

Enderezó por una senda que se abría tras una reja canadiense. Ante él se presentó la inmensidad del valle: esa gran extensión en el límite de la Mancha y Andalucía, moteada en otros tiempos de ventas que servían de descanso al caminante. Recordó en ese momento el comienzo de Rinconete y Cortadillo y se preguntó dónde estaría la famosa venta del Molinillo en la que se conocieron los pícaros cervantinos. Y es que el Valle de Alcudia fue un lugar de mucho trasiego en otros tiempos: lo atravesaba el Camino Real, único paso en los Siglos de Oro para las tierras del sur. Ahora, mucho más tranquilo que en esas épocas doradas, aparecía a los ojos del Viajero como si durmiera la siesta. Sólo unos cuantos rebaños de ovejas, pacían en la lejanía, aprovechando las briznas de hierba que las pocas lluvias de ese seco otoño habían hecho brotar.

Miró hacia el cielo. Sus ojos se llenaron de azul, un azul intenso, inmaculado, apenas manchado por algún que otro jirón de nubes caprichosas que jugaban en el horizonte con las alturas de Sierra Madrona. Había llegado, tras un breve paseo, a un retamar que ocupaba una pequeña meseta bordeada por un riachuelo que estaba pidiendo a gritos aguas a un avaro cielo que se resistía a soltar su tesoro. Tampoco parecía que ese día fuera a llover: el pequeño regato prolongaría su agonía. El Viajero contempló las retamas: eran casi árboles; sus troncos leñosos se retorcían alcanzando una altura de más de dos metros. Le pareció un lugar agradable para descansar.


Se detuvo, y sentado se abandonó a la tarea de escuchar el sonido de las pocas aguas que el arroyo llevaba; se sentía bien. Súbitamente llegaron balidos lejanos y los gritos de un pastor que trataba de impedir que su grey se dispersara. Otra vez ese azul, un azul infinito... No pudo resistir la presión de tanto azul en sus pupilas y tuvo que cerrar los ojos. No supo cuánto tiempo se mantuvo así. No veía nada, pero hasta sus oídos llegaron los trinos de alguna ave que se posó en la retama que le daba sombra -¿tal vez algún petirrojo, o sería un humilde vencejo?; el agua seguía su discurrir monótono, también le llegó el zumbido de un abejorro que buscaba flores que libar, escasas en aquella zona... Hasta su olfato se acercaban efluvios de romero y cantueso.

No pudo estar más tiempo privado del sentido de la vista y entreabrió los parpados. Tras recuperarse de la ceguera momentánea que le provocó la luz, se percató de que el cielo había dejado de ser tan azul. Los blancos y los grises de las nubes habían ganado terreno y estaban ocultando por momentos al sol. Eran nubes caprichosas, de formas muy variadas. Se acordó de aquellos años de infancia cuando, tumbado en la manta de campo que llevaban en sus salidas de domingo, jugaba con sus padres a adivinar qué forma tenían las nubes: "Mira, ¡un avión!, ¡esa parece un águila!, ¡aquella es una palmera...!". Quiso volver a jugar, y descubrió en la bóveda celeste mil y una formas curiosas que intentó captar con su máquina fotográfica.

Cuando la tarde empezó a caer, pensó en regresar. Antes de abandonar definitivamente el lugar, quiso despedirse de esas nubes que lo habían hecho volver a tiempos pretéritos más felices e inocentes. En el lejano horizonte, creyó descubrir la sonrisa de un formidable cúmulonimbo que le decía adiós.

Fotos del autor.

3 comentarios:

  1. Hola Loren.

    Te felicito por las primeras 1000 visitas a tu bello blog.

    La de veces que me he tumbado en la hierba fresca de un prado por el simple placer de contemplar el paso de las nubes.

    Gracias por alegrarme la mañana.

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  2. Hermoso relato, tan hermoso como el Valle de Alcudia. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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  3. Hermoso relato, tan hermoso como el Valle de Alcudia. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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