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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Otro milagro de la primavera


Una tarde de primavera en la que contemplé el auténtico milagro que supuso el renacimiento de un parque nacional, el de las Tablas de Daimiel, que ya se daba por muerto

Según muchos estudiosos de la etimología, la palabra "Mancha" procede del árabe, y significa "la seca·. Esos visitantes que anduvieron por estas tierras casi ocho siglos, y que procedían de lugares también muy privados del líquido elemento, al contemplar las grandes llanuras donde la escasez de agua es patente, tuvieron fácil la elección del nombre. Sin embargo, la Mancha no es tan seca como la pintan... Recorriendo estos eriales pueden encontrarse amplias zonas húmedas, oasis llenos de vida y vegetación que sorprenden por ser vergeles en medio del campo yermo. Este es el caso del paraje único al que dedico este artículo: las Tablas de Daimiel, un parque nacional, de los dos con que contamos en Ciudad Real -el otro, por si el lector lo desconoce, es el de Cabañeros, en los límites occidentales de la provincia-.

El pasado mes de mayo -parece que cuando llega la primavera, junto con el renacer de la vida en el mundo natural, nos nacen también las ganas de salir a explorarlo y a vivirlo-, una de esas tardes en las que no se sabe muy bien qué hacer, dedidí coger el coche y recorrer los escasos treinta kilómetros que separan mi ciudad de este parque. Ya había oído que las Tablas habían salido de un coma terrible en el que cayeron tras varios periodos de escasez de lluvias, y la sobreexplotación del acuífero que las nutre de agua. Esperaba encontrar un panorama menos deprimente que el que vi unos meses atrás, cuando en una nublada tarde de otoño las visité con la esperanza de avistar las grullas que en tiempos mejores poblaron estas lagunas a cientos durante esta época. Albergaba ciertas esperanzas, pero, para no engañaros, no era del todo optimista. Sin embargo, lo que encontér fue uno de los espectáculos más vivos y alegres que la naturaleza en plenitud puede ofrecer. Intentaré describíroslo en las líneas que siguen.

Ya circulando por la estrecha carretera que separa el parque de la población de Daimiel, se notaban signos inconfundibles de vida: numerosas aves acuáticas poblaban el cielo -un cielo azul muy intenso, como son los cielos de las tardes primaverales en la Mancha-, y había mucha agua, estancada o corriente, a los bordes de la pista. Cuando llegué al aparcamiento experimenté una primeta alegría: no había muchos vehículos aparcados, iba a estar prácticamante solo paseando por las pasarelas de madera y los caminos entre los carrizos, no habría gritos ni voces disonantes que me impidiesen oír los sonidos de la naturaleza.¡Bien! Pensaréis que soy un misántropo que huye de la compañía humana, pero nada más lejos de mi personalidad. Me gusta estar rodeado de gente, e incluso de multitudes en muchas ocasiones, pero hay momentos en los que la soledad es la mejor compañera de viaje.

A pesar de que no había muchas personas esa tarde, decidí adentrarme por el camino más largo, algo más dificultoso y, por tanto, menos fecuentado: el de la torre de Prado Ancho. Se trata de un sendero que serpea bordeando zonas inundadas y que desemboca en una torre de observación desde la que se ve una espléndida panorámica de todo el terreno protegido. Mientras caminaba y me adentraba en el parque aprecié en toda su extensión uno de los muchos y grandiosos milagros que la primavera es capaz de realizar: las lluvias abundantes habían conseguido llenar prácticamente al cien por cien unas zonas que unos meses atrás estaban secas y asoladas por unos incencios subterráneos de turbas, que los expertos no eran capaces de extinguir. Un milagro que consiguió apagar las voces de gabinetes de la Comunidad Europea que amenazaban con quitar el título a las Tablas de "Reserva Mundial de la Biosfera". Gran cantidad de garcetas y gaviotas de agua dulce merodeaban por las orillas de carrizos. Súbitamente se cruzaron dos liebres que se pararon en seco a escasos dos metros delante de mí, y me miraron sorprendidas mientras movían sus enormes orejas; aunque yo avanzaba, ellas ni se imnutaban. No os extrañe su actitud: estában en la época de celo, cuando estos animales se vuelven más confiados. Cuando por fin subí a la torre de Prado Ancho, contemplé que la situación general de zonas inundadas era excelente: un mar azul plata. moteado de pequeñas islas que surgían aquí y allá, lo ponía de manifiesto. Un grupo de garzas blancas se posó a los pies de la torre. No sé cuánto tiempo estuve contemplándolas en silencio.

Tras desandar lo andado, entré en la zona más turística del parque que a esas horas de la tarde, ya comenzaba a esconderse el sol, estaban casi vacías. Atravesé las pasarelas de madera características de este espacio natural, que seguro que habréis visto en infinidad de fotografías, y llegué a una de las mayores islas, la del Pan, donde me senté un instante bajo los tarayes, el árbol más característico de estas zonas húmedas, y escuché el concierto de las aves, que ya se dejaban ver en mayor número. Cuando reinicié la marcha, vi no muy lejos un grupo de ánsares formado por una pareja de adultos y cinco polluelos que caminaban en fila tras su madre, y que habrían visto la luz por vez primera pocos días atrás. ¡Qué espectáculo tan bello! El sol estaba a punto de ser tragado por las aguas, y yo entré en una de las cabañas de observación. Mientras me divertía con los simpáticos somormujos que con su corte de pelo moderno y en punta, buscaban su cena sumergiéndose en las aguas más profundas, veía con mis prismáticos como un grupo de garzas se preparaba para pasar la noche en las copas de unos lejanos tarayes.

Me costó abandonar el lugar. Me obligó la noche que ya empezaba a ser cerrada. He vuelto después en varias ocasiones al parque, pero no disfruté lo que es esta tarde primaveral. Cuando volvía, me acordé del poeta que, al cotemplar unas hojillas verdes en un olmo seco, pidió a la primavera otro milagro que finalmente no se cumplió. Con mis queridas Tablas la primavera fue más generosa.

Foto del autor.

4 comentarios:

  1. Realmente no es tan seca como la pintan...

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  2. ¡Claro que no, Moli, y tú lo sabes bien! Besitos y abrazos.

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  3. Yo he ido dos o tres veces y siempre he cruzado por la pasarela hasta llegar a la isla del Pan; la próxima vez que vaya tratare de seguir el sendero que hiciste, el de la torre de Prado Ancho. Para el que no ha ido nunca y lo haga por vez primera le aconsejo no deje de visitar el molino de Molemocho. Por otro lado, creo que se te ha pasado, tenemos un tercer Parque Natural, aunque compartido con Albacete, el Parque Natural de las lagunas de Ruidera.Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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  4. Yo he ido dos o tres veces y siempre he cruzado por la pasarela hasta llegar a la isla del Pan; la próxima vez que vaya tratare de seguir el sendero que hiciste, el de la torre de Prado Ancho. Para el que no ha ido nunca y lo haga por vez primera le aconsejo no deje de visitar el molino de Molemocho. Por otro lado, creo que se te ha pasado, tenemos un tercer Parque Natural, aunque compartido con Albacete, el Parque Natural de las lagunas de Ruidera.Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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