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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Explosión otoñal de naturaleza



Un espectáculo natural único, difícil de olvidar, en el corazón de Sierra Madrona: la berrea del ciervo.


Esta mañana, que ha sido una radiante mañana de comienzos de otoño, he vuelto a vivir en mi tierra uno de los espectáculos más bellos e insólitos que se pueden contemplar en el mundo natural: la berrea del ciervo. Se trata de un fenómeno que se repite cada año entre mediados de septiembre y mediados de octubre, dependiendo del régimen de lluvias que acompañe al final del verano. Si el ambiente es húmedo, se despierta el instinto de reproducción de miles de ciervos que habitan el corazón y los aledaños de Sierra Madrona. Los machos comienzan una enconada competición para mostrar su superioridad con respecto al resto de sus congéneres, emitiendo unos sonidos característicos que sobrecogen, y luchan unos con otros entrechocando sus cuernas. De esta forma, demuestran quién es el más fuerte y quién se apareará con un mayor número de hembras. Es un ritual no sangriento, pero algunos machos pueden llegar a morir, si sus cuernos quedan entrelazados de un modo que no son capaces de separar. Durante este periodo, los animales se confían más y se dejan ver con mayor facilidad, por lo que puede ser un auténtico goce para los sentidos de la vista y del oído pasearse entonces por esta sierra. Y yo, esta mañana, he sentido el placer de volver a sentirlo.

Este fin de semana lo estoy pasando en Puertollano, donde nací, y donde viven mis padres. Puertollano -población por la que pasáis si viajáis de Madrid a Andalucía en AVE, y de glorioso pasado minero, y hoy ciudad industrial- es la puerta de entrada al valle de Alcudia. Si circuláis por la nacional 420, que unía en su origen -antes de desaparecer por la construcción de autovías en parte de su trazado- Córdoba con Tarragona, atravesando las provincias de Ciudad Real, Cuenca y Teruel, cruzaréis longitudinalmente este valle, casi por la misma ruta que seguía el Camino Real que unía la corte con Sevilla en los siglos de Oro. El valle es una amplia extensión de terrenos con dos pobladores principales: las encinas -alguna de ellas milenarias, no exagero-, y los corderos y ovejas, que tan buena carne proporcionan, al igual que leche con la que se elabora el único y auténtico queso manchego (elaborado con leche de oveja cien por cien, que no os den gato por liebre). Está comprendido entre dos puertos de escasa altura: Pulido y Niefla. Nada más ganar el segundo de ellos, nos topamos con una amplia zona verde que es Sierra Madrona. Se trata de un conjunto de cordilleras que son estribaciones de la más conocida Sierra Morena, y que marca el límite de la provincia de Ciudad Real con Andalucía, concretamente con Córdoba, a la que se entra por el valle de los Pedroches. Los robles, encinas, madroños y alcornoques, árboles propios del bosque mediterráneo, eran las especies predominantes en otras épocas; hoy, tras repoblaciones forestales indiscriminadas y muy discutibles, casi han ganado el terreno las coníferas. En este lugar la berrea es mágica. No se trata de un espectáculo exclusivo de estas tierras, pero ¿qué queréis que os diga?, yo lo he vivido siempre desde hace muchos años aquí y no consigo imaginarlo en otro lugar.

Tomando unas cañas y unas tapas -quiero recordaros que las tapas en mi provincia no se pagan, son un regalo del establecimiento, y son muy buenas tanto en calidad como en cantidad- el viernes por la noche con unos primos que suelo frecuentar cuando vengo a mi villa natal, alguien recordó que la berrea debía de estar en todo su apogeo porque esa semana había sido abundante en lluvias por la zona. ¿Por qué no madrugar al día siguiente y acercarse hasta la sierra, total el viaje no ocupaba más de tres cuartos de hora? Dicho y hecho; a las siete de la mañana, quitándonos horas de sueño, porque la noche la habíamos prolongado algo más de lo que pensábamos, estábamos preparados, pertrechados de máquina fotográfica, prismáticos y todo lo necesario para tomar un buen desayuno en uno de los descansos de la ruta.

Sentimos una gran emoción cuando nos adentramos en la sierra que, si los políticos quieren, pronto será parque natural. Ya desde la carretera nacional comenzaron a verse los primeros ejemplares: "Mirad, un macho. ¡Qué cornamenta!" -exclamó alguno de nosotros ilusionado como un niño con el avistamiento- "¡Y detrás varias hembras, y algunos cervatillos...!" Daba gusto verlos saltar entre la bruma. Cuando bajamos del coche, para comenzar la ruta que nos adentraba en las rañas, territorio de ciervos, nuestros objetivos se volvieron algo más desconfiados. Sin embargo, se podían avistar ejemplares sueltos, e incluso pequeñas manadas de cinco o seis miembros que se paseaban no demasiado lejos. El sonido de los berridos de los machos era intenso. Incluso pudimos ver a uno de ellos de considerable tamaño, mientras lo emitía, hinchando el cuello y entreabriendo el hocico, en el gesto característico que puede verse en tantas imágenes. Continuamos la marcha casi dos horas. El sol subía y, mientras nos calentaba y nos hacía olvidar el frescor del amanecer, tanto la presencia de ciervos, como sus sonidos iban disminuyendo. Un consejo: si alguna vez os disponéis a vivir la berrea, aprovechad bien la mañana: es durante la noche y el amanecer cuando estos animales se hacen visibles y audibles; cuando el sol está alto, el espectáculo termina. Para aprovechar la salida, nos dedicamos a buscar alguna seta o níscalo tempranos entre la arboleda. Aunque no tan rica en variedades como otras zonas más septentrionales, pueden encontrarse aquí ejemplares muy sabrosos. No tuvimos mucha suerte: aún no habíamos entrado en temporada. Habría que volver cuando hubiera llovido y refrescado, un poco más. Aunque entonces echaríamos de menos algo: esos berridos que, una vez oídos y asociados a un paisaje son difíciles de olvidar.

Una magnífica mañana. Con las imágenes y los sonidos aún muy frescos en nuestros ojos y mentes, regresamos. Algún botín sí que trajimos: romero fresco y tomillo salsero, que tan buen gusto y sabor dan a los asados y otros platos. Su aroma, junto con el de la jara, nos acompañó durante todo el recorrido. Ya en casa, al quitarme las botas, volvió a hacerse presente ese olor: sus suelas habían quedado impregnadas -felizmente- de esos efluvios campestres, que me transportaron por unos instantes a mi querida Sierra Madrona.

Fuente imagen: juandejimena.wordpress.com

2 comentarios:

  1. A pesar de estar tan cerca, es algo que nunca he hecho ir a presenciar la berrea del ciervo, Niscalos (Lactarius deliciosus) y algunas otras setas si que he cogido, antes todos los años, ahora alguna vez; cuando escribiste esto decías "y hoy ciudad industrial" , ahora ya cada vez menos; por otro lado decir que si alguien pasa por esa zona a presenciar la berrea, a la vuelta puede acercarse hasta la encina milenaria o bien pasarse por la Venta la Inés que le quedan al lado y charlar con Felipe Ferreiro, que inmediatamente le pondrá al tanto de la problemática de la Venta y el entorno. Saludos. Faustino : http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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  2. A pesar de estar tan cerca, es algo que nunca he hecho ir a presenciar la berrea del ciervo, Niscalos (Lactarius deliciosus) y algunas otras setas si que he cogido, antes todos los años, ahora alguna vez; cuando escribiste esto decías "y hoy ciudad industrial" , ahora ya cada vez menos; por otro lado decir que si alguien pasa por esa zona a presenciar la berrea, a la vuelta puede acercarse hasta la encina milenaria o bien pasarse por la Venta la Inés que le quedan al lado y charlar con Felipe Ferreiro, que inmediatamente le pondrá al tanto de la problemática de la Venta y el entorno. Saludos. Faustino : http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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