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miércoles, 29 de febrero de 2012

Yo, también, quiero ser llorando el hortelano


Sentido y mínimo homenaje al gran poeta oriolano, Miguel Hernández, escrito en el año de su centenario.

Ha amanecido un sábado gris. Contemplo caer la lluvia con monotonía tras los cristales de la ventana de mi escritorio. Miro el calendario: es 30 de octubre de 2010, Miguel Hernández Gilabert hubiera cumplido hoy cien años. Miguel, el poeta, el sufridor, el luchador, el revolucionario, no llegó a cumplir los treinta y dos. En la triste enfermería de la prisión de Alicante, dejó de existir la madrugada del 28 de marzo de 1942, cuando la primavera volvía a "pajarear por los altos andamios de las flores". Su muerte y su entierro fueron muy tristes. No podría cantar nunca más el poeta pastor al mes de mayo, ese que alegraba su alma juvenil cuando traía “correhuelas y albahacas / a la entrada de la aldea / y al umbral de las ventanas".

Habían pasado algo más de treinta y un años desde que el niño Miguel vio la luz en la localidad alicantina de Orihuela en el seno de una familia acomodada: su padre era tratante de ganado. Sus primeros estudios los hizo en las escuelas del Ave María; allí conoció a alguien que marcará su vida de forma decisiva: su gran amigo José Ramón Marín Gutiérrez, más conocido como Ramón Sijé, "con quien tanto quería", y a quien dedicará su poema, quizás, más célebre: su sentida Elegía. Nos han contado siempre en el colegio que Miguel Hernández fue autodidacta, que no pudo estudiar por la oposición de su padre, y que fue obligado por el mismo a atender su ganado. Todos nos forjamos en nuestra imaginación infantil la imagen del jovencísimo aspirante a poeta, recostado en el tronco de una encina, leyendo y aprendiendo por su cuenta, mientras vigilaba a sus cabritas. Algo de verdad hay en esto: su padre lo sacó del colegio por necesidades del negocio, pero Miguel tenía ya quince años cuando abandonó la escuela, y había recibido una buena formación básica. Comenzó a leer con avidez todo lo que caía en sus manos. Ya por aquel entonces escribió sus primeros versos y participó en la vida cultural de su localidad.

Pero su patria chica era un límite muy estrecho para su ambición. El dos de diciembre de 1931, cuando tenía veintiún años, llega el joven aspirante a poeta a la estación de Atocha, ligero de equipaje material, pero cargado de ese otro pesado fardo que suponen las ilusiones y los sueños por cumplir. Volvió desencantado a su pueblo. Tuvo que realizar un nuevo viaje en 1934, este ya definitivo, porque por fin va a adentrarse en el ambiente literario de la capital republicana. Ya tenía cierta fama de poeta novel: había publicado en 1933 las octavas reales de su Perito en lunas ("¡Lunas! Como gobiernas, como bronces, / siempre en mudanza, siempre dando vueltas. / Cuando me voy a la vereda, entonces / las veo desfilar, libres, esbeltas), ese prodigioso alarde gongorino. En Madrid participará en las Misiones Pedagógicas, y conoce a su mentor: Pablo Neruda, y a los poetas del 27 Vicente Aleixandre y Federico García Lorca. Pero el exquisito autor del Romancero Gitano, no sentía mucha simpatía por el "palurdo" poeta de Orihuela: cuentan que llegó a dar órdenes expresas de que no le dejaran entrar a los actos y reuniones a las que él acudía, porque sentía alergia a los rústicos que no cuidaban su aspecto físico y su indumentaria; no soportaba sus pantalones de pana. ¡Siempre genial y diferente Lorca! En 1935 muere su amigo Ramón Sijé, y publica su Elegía ("Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano.)

Y finalmente la guerra, la terrible y desgraciada Guerra Civil. Todas las guerras son tristes. Pero, ¿hay alguna guerra más triste y más contraria a natura que una guerra intestina, una guerra entre hermanos? Miguel lucha en el bando republicano; y no solo con las armas, también con la palabra: "Para la libertad sangro, lucho, pervivo. / Para la libertad, mis ojos y mis manos,/ como un árbol carnal, generoso y cautivo, / doy a los cirujanos". El rayo que no cesa, Viento del pueblo ("Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta."), Teatro en la guerra... tratan de sembrar en las almas de los "hombres jornaleros" el ánimo y la esperanza en el triunfo. En la guerra se casa, por fin, con su gran amor: Josefina Manresa, y también llega el nacimiento y la muerte de su primer hijo: Manuel Miguel, contrarrestada por la alegría del nacimiento del segundo, a quien la pareja decide ponerle el mismo nombre, y a quien, desde la cárcel, dedica sus Nanas de la cebolla.

La guerra termina. Un intento de huída a Portugal, detención, prisión en Huelva, Sevilla, Madrid y condena a muerte. En su encierro madrileño de Torrijos, donde recibe la condena, coincide con Buero Vallejo. Conocedor de las dotes pictóricas del que después será el más importante dramaturgo del siglo XX español, y temeroso de que su hijo, al que llevaba sin ver mucho tiempo, no le reconociera, le pide al amigo que le haga un retrato, para enviárselo. La cabeza dibujada a lápiz, que figura como ilustración de este escrito, se ha convertido en el icono más célebre de nuestro poeta. Se la envió a Josefina con esta nota, que transcribo por lo que tiene de tierna y emotiva: "No quiero dejar de cumplir en lo que pueda mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días, para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea".

La pena de muerte es finalmente conmutada por la de 30 años de encierro. Tras pasar por los centros penitenciales de Palencia y Ocaña -¡cuánto trasiego para la débil salud de Miguel!-, llega el traslado a Alicante. Su grave afección pulmonar complicada con tuberculosis le lleva a solicitar a la dirección de la prisión su traslado al Sanatorio de Tuberculosos de Porta Coeli en Valencia. ¡Cuánta ruindad llenaría el pecho de los vencedores que chantajearon al enfermo: si quería ser trasladado, debería firmar un documento en el que prohibía la edición de su Viento del pueblo en España y los países de habla hispana! Podemos imaginar cuál fue su respuesta. Su muerte fue triste y su entierro también: sólo cinco personas acompañaron su féretro. Pero en ese sábado de pasión de 1942, Miguel Hernández nació de nuevo para vivir a partir de entonces una vida eterna y universal.

Mi primer contacto con la obra de Miguel fue muy temprano. Tendría yo unos ocho o diez años. En casa de mis tíos, junto con otros discos famosísimos de la época: Mocedades, Paco de Lucía, Alberto Cortez, Cecilia, Mari Trini, Nino Bravo... descubrí uno que, no sé por qué, me llamó más la atención que los otros. Quizás reminiscencias de algún poema leído en clase, en aquel famoso libro de lectura de la editorial Santillana: Senda, que tal vez alguno de los que lean este artículo conozcan, despertó mi curiosidad infantil, cuando vi escrito en la funda el nombre de Miguel Hernández. Se trataba de esas versiones musicadas maravillosas que hizo Serrat de los poemas del alicantino. Lo oía y lo oía hasta la saciedad. Como yo no tenía en casa tocadiscos, lo grabé en una cinta de cassette, de esas que girábamos con el boli bic cuando se atrancaban o queríamos rebobinarlas manualmente. De estas canciones, todavía con las notas del cantautor catalán dando vueltas en mi cabecita, pasé al papel impreso. Comencé entonces a leer los versos de Miguel, y no he dejado de recurrir a ellos en diversos momentos y episodios de mi vida.

Es por eso que esta mañana de sábado gris, cuando me han recordado los medios de comunicación que Miguel podría haber cumplido hoy los cien años, he querido sumarme con este humildísimo, modesto, homenaje, a todos los actos institucionales y de particulares que quieren rememorar su figura. Yo también lloro hoy la muerte del amigo, y riego, como el hortelano, su tierra con mis lágrimas, y lo convoco "a las aladas almas de las rosas / del almendro de nata", para hablar de muchas, muchísimas cosas, "compañero del alma, compañero".

7 comentarios:

  1. Hola Loren.

    Me ha gustado mucho tu artículo. Es de los que llega al fondo del alma.

    Un abrazo.

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  2. Quiero estar contigo en este precioso homenaje que le rindes a nuestro poeta, un poeta del pueblo.
    Yo también lo descubrí en los poemas que Serrat musicaba ; cuando yo estudiaba literatura española, este poeta estaba vetado.
    ¡La de cosas que nos perdimos mi generación!
    Recuerdo que mi marido, que toca bien la guitarra, siempre los interpretaba, copiando a Serrat; así aprendí estas letras.
    Luego he leído en libros otros de los poemas de Miguel Hernández no tan famosos.
    ¡Un placer leerte, como siempre!

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  3. Tú lo has dicho, Elvireta, "un poeta del pueblo". Fue una pena que tuviera mala suerte incluso en la celebración de su centenario, que coincidió ya con esta voraz crisis. ¡A ver si convences a José Antonio para que se lleve la guitarra a Albacete y cantamos algún poema de Hernández musicado por Serrat. Un beso.

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  4. Para que José Antonio coja la guitarra no hace falta convencerlo; ahora mismo la está tocando con sus hijos.

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  5. Ese Carnívoro cuchillo/ De ala dulce y homicida, que has manejado también en tu relato, me ha hecho emocionarme demasiado. A la vez he aprendido y conocido un poco más de las vivencias del Poeta. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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  6. Ese Carnívoro cuchillo/ De ala dulce y homicida, que has manejado también en tu relato, me ha hecho emocionarme demasiado. A la vez he aprendido y conocido un poco más de las vivencias del Poeta. Un saludo de Faustino: http://puertoviajaciones.blogspot.com.es/

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