
Un sentido homenaje a Cuenca, cuyo sueño de ser capital cultural europea en el año 2016 se vio hace tiempo truncado. Cuando en el otoño de 2010 me enteré de que se cayó de la lista de ciudades que finalmente optaban a la distinción, escribí estas líneas. Ahora, las comparto con vosotros.
A comienzos del mes de octubre, se desveló el enigma. Las ilusiones de una pequeña y modesta ciudad castellana quedaron truncadas. Fue en el Auditorio del Museo Reina Sofía, ese modernísimo espacio creado por Jean Nouvel y que ha dado un aspecto diferente a la Ronda de Atocha de Madrid. Allí el comité de preselección de la Capital Europea de la Cultura 2016 anunció las seis ciudades que seguirán en la competición: Cuenca, no estaba entre ellas. Seguían en la lucha Burgos, Córdoba, San Sebastián, Las Palmas de Gran Canaria, Segovia y Zaragoza. Finalmente, la ganadora resultó ser la bella Easo, ¡enhorabuena a los donostiarras! La ciudad de las casas colgadas-sus autoridades, sus ciudadanos; todos en general- habían hecho un gran esfuerzo por presentar una candidatura muy digna: se habían diseñado infraestructuras, elaborado presupuestos, y realizado un proyecto de gran implicación europea; pero finalmente no pudo ser.
Fue el fin de un bonito sueño. La ciudad que parece dormitar asomada a las dos hoces de sus dos ríos: el Huécar y el Júcar se despertó súbitamente con la mala noticia. El carácter resignado -castellano, hecho a sufrir- de sus habitantes fue expresado con claridad en los informativos regionales, cuando los periodistas de turno les aproximaban sus micrófonos en plena calle: "¡Era muy difícil, jugábamos con desventaja; nos enfrentábamos a otras ciudades con mucho más presupuesto y más población e infraestructuras..." Pero me gustó mucho la respuesta de una señora de edad avanzada que, al tiempo que en su rostro se dibujaba una gran sonrisa, exclamó: "Bueno, capital o no, Cuenca seguirá siempre siendo única".
Y es que es verdad que Cuenca es única, como reza un lema que triunfó felizmente hace ya muchos años y que se ha convertido en distintivo de la población. "Cuenca es única". O mejor dicho, las dos Cuencas son únicas, porque en realidad hay dos Cuencas. La una, sigue creciendo, pujante, en torno a Carretería, la arteria principal de la parte nueva, toma el sol en tardes primaverales en el parque de San Julián, se extiende en bloques que quieren tocar el cielo a lo largo de la carretera de Valencia, y ha entrado en la modernidad gracias al tren de alta velocidad. La otra se encarama hacia las alturas, colgándose en el vacío vertiginoso de las dos hoces, alcanza la Plaza Mayor, y se empina por la calle de San Pedro hasta el barrio del castillo. La primera ofrece la vida de una tranquila y cómoda ciudad de provincias; la segunda enamora a propios y extraños y les hace vivir un sueño fantástico en un mundo casi imaginario.
Cuenca no va a ser Capital Cultural Europea en el 2016. Realmente a mí, que frecuento la ciudad desde hace muchos, me hubiera gustado que así fuera. ¡Qué oportunidad sería para despegar en este mundo tan competitivo del turismo y ser de una vez por todas reconocida, ocupando el lugar que realmente merece esta bellísima y, sobre todo, distinta población! Me hubiera gustado asistir a esos eventos culturales especiales y espectaculares que se organizan en las ciudades vencedoras, gracias a las fuertes subvenciones que reciben. Habría disfrutado del gran ambiente ciudadano y callejero que, seguramente, viene unido a este tipo de conmemoraciones. Me habría sentido, en definitiva, muy orgulloso de que otra vez se hubiera repetido la historia bíblica y David, con su humilde honda, hubiera vencido de nuevo a Goliat.
Sin embargo, que Cuenca no sea Capital Cultural no impedirá que yo la siga visitando con mucho amor y cariño, que siga ascendiendo hasta su Plaza Mayor -perdiendo el resuello, eso sí-, bien por las curvas de la Audiencia y la calle Alfonso VIII, bien por la dura ascensión de la Puerta de Valencia, y que siga quedando deslumbrado por la belleza de su catedral tras atravesar los arcos del ayuntamiento. No impedirá que asista religiosamente -¡nunca mejor dicho!- a los conciertos de su Semana Santa musical en el convento de las Petras, en la iglesia de San Miguel, en la sala capitular del templo catedralicio o en su Auditorio casi excavado la roca. Tampoco dejaré de emocionarme con el fervor ciudadano de sus procesiones. No me privaré de sentir el vértigo que produce atravesar el puente metálico de San Pablo, camino del cercano Parador. Ni dejaré de pasear por las orillas del Júcar, emulando a mi querido Machado en su ruta de San Polo a San Saturio, en otra ciudad también castellana, hablando "con el hombre que siempre va conmigo". No faltan razones, como podéis apreciar, para que yo otorgue a este querido "nido de águilas" el título de mi ciudad europea de la cultura.
A comienzos del mes de octubre, se desveló el enigma. Las ilusiones de una pequeña y modesta ciudad castellana quedaron truncadas. Fue en el Auditorio del Museo Reina Sofía, ese modernísimo espacio creado por Jean Nouvel y que ha dado un aspecto diferente a la Ronda de Atocha de Madrid. Allí el comité de preselección de la Capital Europea de la Cultura 2016 anunció las seis ciudades que seguirán en la competición: Cuenca, no estaba entre ellas. Seguían en la lucha Burgos, Córdoba, San Sebastián, Las Palmas de Gran Canaria, Segovia y Zaragoza. Finalmente, la ganadora resultó ser la bella Easo, ¡enhorabuena a los donostiarras! La ciudad de las casas colgadas-sus autoridades, sus ciudadanos; todos en general- habían hecho un gran esfuerzo por presentar una candidatura muy digna: se habían diseñado infraestructuras, elaborado presupuestos, y realizado un proyecto de gran implicación europea; pero finalmente no pudo ser.
Fue el fin de un bonito sueño. La ciudad que parece dormitar asomada a las dos hoces de sus dos ríos: el Huécar y el Júcar se despertó súbitamente con la mala noticia. El carácter resignado -castellano, hecho a sufrir- de sus habitantes fue expresado con claridad en los informativos regionales, cuando los periodistas de turno les aproximaban sus micrófonos en plena calle: "¡Era muy difícil, jugábamos con desventaja; nos enfrentábamos a otras ciudades con mucho más presupuesto y más población e infraestructuras..." Pero me gustó mucho la respuesta de una señora de edad avanzada que, al tiempo que en su rostro se dibujaba una gran sonrisa, exclamó: "Bueno, capital o no, Cuenca seguirá siempre siendo única".
Y es que es verdad que Cuenca es única, como reza un lema que triunfó felizmente hace ya muchos años y que se ha convertido en distintivo de la población. "Cuenca es única". O mejor dicho, las dos Cuencas son únicas, porque en realidad hay dos Cuencas. La una, sigue creciendo, pujante, en torno a Carretería, la arteria principal de la parte nueva, toma el sol en tardes primaverales en el parque de San Julián, se extiende en bloques que quieren tocar el cielo a lo largo de la carretera de Valencia, y ha entrado en la modernidad gracias al tren de alta velocidad. La otra se encarama hacia las alturas, colgándose en el vacío vertiginoso de las dos hoces, alcanza la Plaza Mayor, y se empina por la calle de San Pedro hasta el barrio del castillo. La primera ofrece la vida de una tranquila y cómoda ciudad de provincias; la segunda enamora a propios y extraños y les hace vivir un sueño fantástico en un mundo casi imaginario.
Cuenca no va a ser Capital Cultural Europea en el 2016. Realmente a mí, que frecuento la ciudad desde hace muchos, me hubiera gustado que así fuera. ¡Qué oportunidad sería para despegar en este mundo tan competitivo del turismo y ser de una vez por todas reconocida, ocupando el lugar que realmente merece esta bellísima y, sobre todo, distinta población! Me hubiera gustado asistir a esos eventos culturales especiales y espectaculares que se organizan en las ciudades vencedoras, gracias a las fuertes subvenciones que reciben. Habría disfrutado del gran ambiente ciudadano y callejero que, seguramente, viene unido a este tipo de conmemoraciones. Me habría sentido, en definitiva, muy orgulloso de que otra vez se hubiera repetido la historia bíblica y David, con su humilde honda, hubiera vencido de nuevo a Goliat.
Sin embargo, que Cuenca no sea Capital Cultural no impedirá que yo la siga visitando con mucho amor y cariño, que siga ascendiendo hasta su Plaza Mayor -perdiendo el resuello, eso sí-, bien por las curvas de la Audiencia y la calle Alfonso VIII, bien por la dura ascensión de la Puerta de Valencia, y que siga quedando deslumbrado por la belleza de su catedral tras atravesar los arcos del ayuntamiento. No impedirá que asista religiosamente -¡nunca mejor dicho!- a los conciertos de su Semana Santa musical en el convento de las Petras, en la iglesia de San Miguel, en la sala capitular del templo catedralicio o en su Auditorio casi excavado la roca. Tampoco dejaré de emocionarme con el fervor ciudadano de sus procesiones. No me privaré de sentir el vértigo que produce atravesar el puente metálico de San Pablo, camino del cercano Parador. Ni dejaré de pasear por las orillas del Júcar, emulando a mi querido Machado en su ruta de San Polo a San Saturio, en otra ciudad también castellana, hablando "con el hombre que siempre va conmigo". No faltan razones, como podéis apreciar, para que yo otorgue a este querido "nido de águilas" el título de mi ciudad europea de la cultura.
Fuente imagen: http://turismo.cuenca.es/