Ahora que la navidad actual amenaza con llegar e instalarse entre nosotros durante más de mes y medio, me acuerdo de las navidades de antaño.

Al terminar tu jornada, decides pasarte por el supermercado para hacer algunas compras. La sección de los mariscos está abarrotada -¡caray con la crisis!- de gente que hace caso a los consejos tantas veces repetidos en los medios de comunicación: comprar con tiempo y congelar los productos, para evitar especulaciones de última hora. Los turrones, mazapanes y otros dulces ocupan una superficie en la tienda sensiblemente superior a la de días pasados. Los manidos villancicos cantados con esas voces de niños repelentes y algo cursis, resuenan incansablemente como banda sonora de tu compra. Llegas a casa; en el buzón tienes una felicitación -¡la primera!- de uno de esos conocidos o amigos antiguos de los que sólo sabes por estas fechas. Tienes que acordarte de pasar por correos para comprar tarjetas de UNICEF con las que responder a estos compromisos. Te dispones a comer y enciendes el televisor. Los anuncios de turrón se repiten con sus melodías insulsas, también algunos de juguetes protagonizados por niños a los que no te gustaría tener como hijos o como sobrinos, y el habitual recordatorio del organismo nacional de apuestas que te recuerda que tienes que probar, un año más y éste es el definitivo, suerte. No hay duda: la navidad amenaza con llegar e instalarse durante más de mes y medio entre nosotros.
Y entonces te acuerdas de otras navidades ya lejanas. Navidades menos comerciales y consumistas que las de hoy en día. Esas fiestas en las que era habitual, mucho más que ahora, que se reuniera toda la familia: padres, hijos, primos, tíos, abuelos... Fiestas en las que no se gastaba demasiado porque no había de dónde sacarlo. La cena de Nochebuena era sencilla. No había peligro de que nos subiera el ácido úrico porque apenas se comía marisco. Recuerdas que lo mejor de esa noche era la convivencia con personas a las que querías mucho. Te viene a la memoria el momento en que tu tío más gracioso salía del dormitorio disfrazado con unas ropas viejas, a veces femeninas, y se ponía a cantar canciones picantes -que esa noche nos dejaban escuchar a los niños- con el acompañamiento de una botella de anís y un tenedor . Te acuerdas de las horribles pelucas sintéticas que os poníais tus primos y tú, y de esas gafas tan típicas con narizota incorporada. Te acuerdas de esos maravillosos villancicos que cantaba tu abuela, y que ahora te arrepientes de no haber aprendido de memoria: "Madre, en la puerta hay un niño, / más hermoso que el sol bello, / y digo que tiene frío / porque viene medio en cueros..."
Añoras esas noches de Reyes en las que, con la inocencia del que todavía cree en los Magos, te ibas pronto a la cama. Y del juguete, como mucho dos, que recibías con inmensa alegría, a la mañana siguiente; con él te entretenías todo el año. Sonríes al pensar en el día de Reyes del año pasado, cuando tu sobrina se negó a seguir abriendo más paquetes, porque ya estaba saturada de regalos, y no quería más. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Recuerdas también cuando ya con algunos años más, y después de haber descubierto el secreto de que los Reyes no existen, ayudabas a tus padres, una vez que se habían acostado tus hermanos menores, a colocar los juguetes cerca del Nacimiento -los árboles anglosajones no estaban tan de moda como ahora-. Y los dulces tan ricos y caseros -roscos, flores, mantecados- que tu madre y tu abuela preparaban con esmero muchos días antes en la propia casa o en el horno de la panadería cercana, aún caliente después de la tempranera hornada diaria.
Antes de que acabe formándose un nudo en tu garganta que te acongoje, te consuelas. Esos tiempos no volverán. Ahora lo que nos vienen son estas navidades modernas y edulcoradas. Es lo que hay. Quizás entonces no fueras tan feliz como crees. Igual el tiempo magnifica los recuerdos, convirtiendo en episodios maravillosos aquellos que no lo fueron tanto. Quizás, como dice el poeta, te aferras al consabido "cualquiera tiempo pasado fue mejor". O tal vez, piensas, ésas eran unas navidades más auténticas que estas.